Sofía tiene 37 años, es economista. Cree que todo es “un diminuto instante inmenso en el vivir”. Admirable por su fortaleza para afrontar adversidades, y con una sonrisa tierna y contagiosa, que lleva como bandera.
Javier tiene 41, es emprendedor. Cree en el trabajo colectivo, es creativo y soñador. Se define como sentipensante, porque no sabe -ni quiere- separar el sentir y la razón.
La vida y la labor los encontró, y entre tantas charlas, sueños y utopía, se reconocieron en una misma pasión: el Vino.
Traían el fuego inquieto de la creación y el sentir de la tierra.
Ella pensaba en aromas, en sensaciones y sabores; él pensaba en las raíces y el lenguaje del suelo.
No buscaban fundar una bodega, sino un puente entre el pasado y lo que vendrá. Una rebelión pequeña, cotidiana, silenciosa: crear vinos con historias, y brindar por todo lo que aún duele y, sin embargo, florece.
Juntos, fundaron esta Pequeña Muerte.
