Quiénes somos

Nuestra Historia

Nuestro proyecto surge como consecuencia de un proceso colaborativo, producto de la metamorfosis de una idea inicial. Una propuesta para quienes van por lo que quieren y sienten. 

En lo más hondo de la risa, en lo más alto de la cordillera, en lo complejo y accidentado de la uva y la tierra, nace nuestra bodega. Pequeña, con productos de alta calidad, que proponen un equilibrio en las artes, los sentidos, e invitan a la posibilidad de nuevas experiencias.

Nuestros Valores

  • 1. Respeto por las diversidades

    Creemos que cada vendimia es un coro de voces diversas: cepas antiguas y nuevas, razas, géneros, orígenes y sueños. Así como la tierra y la montaña acogen distintas especies en armonía, honramos la riqueza de las diferencias humanas. En nuestra bodega, la pluralidad no es un concepto: es un susurro de vida que se conjuga en cada copa.
  • 2. Dignidad del trabajo

    Cada racimo lleva consigo el pulso de manos que aman y viven la tierra. Reconocemos el sudor y la ilusión como raíces de nuestra esencia. Valorar el trabajo es reconocer que, sin esfuerzo y sin cuidado, no hay fermentación que transforma el peso de la uva en la ligereza del vino.
  • 3. Cuidado del ambiente

    Pequeña Muerte es aliada del aire, la lluvia y el sol que nutren la viña. Practicamos la viticultura consciente: cuidamos el suelo, regeneramos su savia, evitamos tratamientos agresivos. Nuestro compromiso es que la bodega sea un remanso de equilibrio, donde el pisar de la cepa deje huella, sí, pero huella amable.
  • 4. Amor por la tierra y sus frutos

    La uva es un poema que brota del suelo. Cada sorbo celebra la alquimia del clima, la geología y el trabajo humano. Honramos la memoria del terruño, sus historias y sus misterios, permitiendo que el vino hable de ese abrazo milenario entre la tierra y sus frutos.
  • 5. Consumo responsable

    El vino no es un escape, sino un puente para encontrarnos. Promovemos su disfrute moderado, consciente y compartido. Cada brindis es un pacto de respeto: hacia el cuerpo, hacia el otro, hacia el instante que se dilata en el cristal.
  • 6. El amor como pilar de la vida

    En Pequeña Muerte, el amor es semilla y cosecha: la fuerza que impulsa la bodega y nuestras vivencias. Cada botella es una ofrenda de nuestro cariño, un testimonio del poder de lo humano para convertir la fugacidad en eternidad.
Pequeña Muerte decanta, en parte, de la intriga y el valor a animarse.

Quienes somos parte de Pequeña Muerte, sentimos pasión por el vino y su mundo, desde el disfrute de degustarlo, a la admiración de quienes trabajan en los procesos de producción. Esa admiración por las y los trabajadores de la tierra y la uva, de las barricas, del arte de nuestras etiquetas, nos llevó a emprender, con el mayor profesionalismo posible, y con todo nuestro amor y pasión por lo que hacemos.

Somos un colectivo de experiencias y vivencias, de errores y aciertos, de alegrías y tristezas. De nostalgias, de nuestras raíces y nuestras culturas. 

Somos el resultado de los abrazos y de sus finales, y de las ganas de volver a arrancarlos. Somos nuestra posibilidad de confluir, de pensar, de soñar y hacer en conjunto. 

Como escribió Eduardo Galeano, en La Uva y el Vino:

“Un hombre de las viñas habló, en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir, le reveló su secreto:
- La uva - le susurró - está hecha de vino.
Marcela Pérez-Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos. Por eso, ésta, nuestra Pequeña Muerte, es tan grande que, en cada cosecha, en cada vendimia, y en cada milagro en que la uva se hace vino, matándonos nos nace.

Nuestro Oficio

La vid es un ser viviente, que responde de manera sensible y comunicativa a los estímulos de su entorno. El jugo de la uva guarda un tesoro de experiencias que sus raíces fueron acumulando por influencia de la naturaleza y el cuidado de las manos de los trabajadores de las viñas, que, junto al trabajo en la bodega, reafirman la impronta del vino. Hasta llegar a la copa, donde la historia del vino se vuelve encuentro.

Apasionados por  descubrir , conocer y reconocernos en la tierra y sus frutos, concebimos nuestra producción como terroir dinámico. Es aquel que no se define sólo por sus condiciones naturales, sino por la interacción constante entre el suelo, el clima, el ecosistema, las decisiones humanas y el paso del tiempo. Es un terroir que recuerda. Un terroir que, como nosotros, cambia para seguir siendo.

En Pequeña Muerte, la vendimia es un ritual. Cada cosecha empieza mucho antes del corte, cuando se camina el viñedo, se prueban las bayas, se escucha lo que la planta tiene para decirnos. Cada vendimia es distinta, y cada una nos enseña algo. En cada caja llevamos fragmentos de historia: un racimo que sobrevivió al viento,  otro que maduró a la sombra, uno más que aprendió a ser dulce en la sequía.

La fermentación es el momento en que el mosto —ese jugo dulce que nace de la uva— se transforma en vino. Las levaduras, naturales o seleccionadas, despiertan y comienzan su trabajo silencioso: convertir azúcar en alcohol, aroma en carácter, color en expresión. Pero no todo vino se fermenta igual. La manera en que acompañamos ese proceso define la identidad de cada estilo.

El tiempo que transforma, sin apurar. 

El vino no nace terminado. Nace impulsivo, joven, con toda su fruta al frente y sus aristas vivas. Pero si lo que buscamos no es solo beber, sino escuchar lo que el vino tiene para contar, entonces hace falta tiempo. Y madera. Y paciencia. 

La crianza en barrica de roble es ese espacio íntimo donde el vino se suaviza, se afina, y empieza a hablar más bajo pero más profundo .La barrica no sólo aporta sabor sino que ayuda al vino a redondear taninos, estabilizar el color y generar estructura sin perder frescura

Cuando el vino ya ha dicho lo que tenía que decir en la barrica o en el tanque, llega otro momento crucial: el embotellado. Es el instante en que el vino deja de moverse en volumen para habitar su forma definitiva. Se llama fraccionamiento, pero no fragmenta nada: más bien lo sella, lo consagra.

Después del embotellado, el vino no se lanza al mundo inmediatamente.  Descansa. Se afina. En nuestra bodega, cada botella estiba en posición horizontal, al abrigo de la luz y los cambios bruscos de temperatura. Este tiempo puede durar meses, incluso más de un año, dependiendo del carácter del vino.

Embotellar no es terminar el vino. Es confiar en que el tiempo también sabe hacer vino. Y esperar, con respeto, a que cada botella nos devuelva lo que alguna vez fue racimo, silencio y fuego